Psicofonías

(algo así como el blog de Psicobyte)

Feliz Pastabuena

Como sin duda ya sabes, hoy se celebra en todo el mundo la Pastabuena, víspera del Día del Santo Apéndice, la fiesta más importante del pastafarismo; una fiesta para disfrutar con familia y amigos.

Esta noche es cuando el Terrible Pirata Robert viaja por todo el mundo repartiendo regalos a la voz de "¡Como desees!"

Como es una fiesta para sentirse feliz y amable con los demás, y recordarnos que sentirse feliz y amable con los demás es algo que debería hacerse todos los días, aquí van, a modo de recordatorio, los ocho condimentos del evangelio pastafari:

  1. Realmente preferiría que no actuaras como un imbécil santurrón que se cree mejor que los demás cuando describas mi tallarinesca santidad. Si alguien no cree en mí, no pasa nada. En serio, no soy tan vanidoso. Además, esto no es sobre ellos, así que no cambies de tema.
  2. Realmente preferiría que no usases mi existencia como un medio para oprimir, subyugar, castigar, eviscerar, o... ya sabes, ser malo con los demás. Yo no requiero sacrificios, y la pureza es para el agua potable, no para la gente.
  3. Realmente preferiría que no juzgases a las personas por su aspecto, o su forma de vestir, o de hablar, o... mira, solo sé bueno, ¿vale? ¡Ah!, y que te entre en la cabeza: mujer = persona, hombre = persona, lo mismo = lo mismo. Ninguno es mejor que el otro, a menos que hablemos de moda claro, lo siento, pero eso se lo dejé a las mujeres y a algunos tipos que conocen la diferencia entre el aguamarina y el fucsia.
  4. Realmente preferiría que no te satisficieras con conductas que te ofendan a ti mismo o a tu compañero amoroso mentalmente maduro y con edad legal para tomar sus propias decisiones. Respecto a cualquier otro que quiera objetar algo, creo que la expresión es «jódete», a menos que lo encuentren ofensivo, en cuyo caso pueden apagar el televisor y salir a dar un paseo, para variar.
  5. Realmente preferiría que no desafiaras las ideas fanáticas, misóginas y de odio de otros con el estómago vacío. Come, luego ve tras los malditos.
  6. Realmente preferiría que no construyeras iglesias/templos/mezquitas/santuarios multimillonarios a mi tallarinesca santidad cuando el dinero podría ser mejor gastado en (tú eliges):
    • Terminar con la pobreza.
    • Curar enfermedades.
    • Vivir en paz, amar con pasión y bajar el precio de la televisión por cable.
    Puedo ser un ser omnipresente de carbohidratos complejos, pero disfruto de las cosas sencillas de la vida. Debo saberlo, para eso YO SOY el creador.
  7. Realmente preferiría que no fueras por ahí contándole a la gente que hablo contigo. No eres tan interesante. Madura ya. Te dije que amaras a tu prójimo, ¿no entiendes las indirectas?
  8. Realmente preferiría que no les hicieses a los otros lo que te gustaría que te hiciesen a ti si te van las... ejem... las cosas que usan mucho cuero/lubricante/Las Vegas. Si a la otra persona también le gusta (según el nº 4), entonces disfrutadlo, sacaos fotos, y por el amor de Mike ¡usad un PRESERVATIVO! En serio, es un pedazo de goma. Si no hubiera querido que lo disfrutarais al crearlo habría añadido púas, o algo.

Por qué votar

Lo de tener un blog desde hace tantos años es, a veces, muy interesante: a veces te permite ver, por ejemplo, cómo el tiempo ha cambiado tu forma de ver las cosas.

Hace casi veinte años, un yo más joven escribía por aquí mis dudas sobre si debía votar o no.

Me consta que la opinión del yo de hace veinte años estaba muy meditada, y no era un capricho decidido a la ligera. pero, para bien o para mal, ha pasado el tiempo y, aunque mis ideas políticas no ha variado mucho, mi opinión en el sentido más pragmático sí que ha cambiado.

Así que aquí va mi (tardío) mensaje a mi yo más joven (y más guapo, con más pelo y más delgado):

En las democracias representativas, el trabajo de los partidos políticos es, básicamente, obtener votos para construir mayorías con las que formar gobiernos.

El trabajo de los gobiernos así formados (y, en puridad, también el de los representantes en la oposición) es aprobar leyes; leyes que, previsiblemente, irán orientadas en la dirección que marquen la ideología, el programa, la tradición política y la capacidad negociadora de los partidos que hayan contribuido a ellas.

Naturalmente, un gobierno no podrá aprobar todas las leyes que le gustaría. Estará condicionado por los pactos que pueda formar, claro está; pero también por otros condicionantes sociales, como la opinión pública o los poderes económicos, militares o ideológicos. Un gobierno podría considerar deseables cosas como, por ejemplo, la privatización de los recursos del estado o la nacionalización del sistema productivo, pero, normalmente, no podrá alcanzar esos objetivos directamente, y tendrá que conformarse con cambios menores que le aproximen a su ideal.

Pero, en cualquier caso, la herramienta que tienen los gobiernos para alcanzar sus objetivos son las leyes.

Estas leyes articulan cosas como los impuestos, servicios sanitarios y de asistencia, defensa, cuidados, educación, relaciones laborales, urbanismo y obras públicas, códigos civil y penal y, a través de todo esto, todas las relaciones sociales y económicas de la sociedad.

En definitiva, son las leyes las que definen una nación.

En resumen: en una democracia representativa votamos a partidos para que hagan leyes.

El único efecto que tiene el voto es el de dar al votante cierto (poco) poder de decisión sobre qué grupo formará gobierno y, por tanto, que tipo de leyes se aprobarán. Individualmente, el efecto del voto es prácticamente nulo; colectivamente, es la herramienta de acción política más poderosa disponible en las democracias representativas.

Votes o no votes, habrá un gobierno. Y ese gobierno hará leyes acordes con su propio enfoque político. EL voto es, en última instancia, la forma de influir sobre qué leyes se van a aprobar.

No votar no combate el sistema: si no votas, el sistema simplemente te ignora.

No votar no manda un mensaje político: si no votas, lo único que muestras es que confías plenamente en el criterio de tus conciudadanos.

Las virtudes del programador

En su libro "Programming Perl", Larry Wall dice:

We will encourage you to develop the three great virtues of a programmer: laziness, impatience, and hubris.

Que, traducido, viene a significar:

Te animaremos a desarrollar las tres grandes virtudes de un programador: pereza, impaciencia y hubris.

En el glosario del mismo libro podemos encontrar más detalles:

  • Pereza: Es la cualidad que te empuja a hacer un gran esfuerzo para reducir el gasto energético total. Hace que escribas programas que ahorren trabajo que otras personas pueden encontrar útiles, y documentar lo que has escrito para no tener que responder demasiadas preguntas sobre ello. Por lo tanto, la primera gran virtud de un programador.
  • Impaciencia: La ira que sientes cuando el ordenador se vuelve perezoso. Hace que escribas programas que no solo reaccionan a tus necesidades, sino que realmente se anticipen a ellas; o que, al menos, lo intenten. Por lo tanto, la segunda gran virtud de un programador.
  • Hubris: Orgullo excesivo, la clase de cosas por las que que Zeus te lanza un rayo. También la cualidad que hace que escribas (y mantengas) programas de los cuales otras personas no puedan decir nada malo. Por lo tanto, la tercera gran virtud de un programador.
(En español, "hubris" se puede ver escrito a menudo como "hybris"; también hay quien prefiere traducirlo como "soberbia")

Más allá de la broma y de lo ajustado o no que esté a la realidad, me da la impresión de que un comentario de ese tipo encajaría mucho peor en un libro moderno. No porque haya nada malo en ella ni porque hoy los libros sean más serios, sino porque me da la impresión de que el propio concepto de lo que es un "programador" ha cambiado.

La imagen del programador que se trasluce de las definiciones de Larry Wall es, en cierto modo, la de un aficionado: una persona que programa por motivos personales, principalmente para sí misma, para solucionar sus propios problemas y facilitar su propio trabajo; y que comparte el resultado de ese trabajo también de modo personal.

No es una visión exclusiva de Wall, puede verse también en la famosa frase de Eric S. Raymond:

Every good work of software starts by scratching a developer's personal itch.

Que, en español, más o menos dice:

Todo buen trabajo de software comienza rascando la picazón personal de un desarrollador.

Creo que no es casualidad, sino que forma parte de la mentalidad de una época, de esa ética hacker que describe el filósofo Pekka Himanen en el libro "La ética del hacker y el espíritu de la era de la información".

Sin embargo, me da la impresión de que esa mentalidad, en general, ha cambiado.

Creo que, hoy en día, el arquetipo al que aspiran los programadores es más el del profesional eficiente que el "hobbista" apasionado. Lo cual es lógico y natural: la programación es un amplio campo laboral en expansión, y las empresas de desarrollo se han multiplicado exponencialmente desde la época en que Wall y Raymond dijeron aquello. Ahora la programación es una profesión, sometida dinámicas de mercado bajo criterios de productividad y beneficio.

Es el mismo camino que siguieron otras muchas ocpuaciones: los primeros automovilistas eran consumados mecánicos (estaban obligados a ello) que trasteaban con pasión los motores de sus coches. Cuando el automóvil se convirtió en un bien de consumo masivo, llegó el momento en que la mayoría de los automovilistas desconocía como funciona su coche, mientras que la mecánica se profesionalizó progresiva y naturalmente.

Naturalmente, estoy hablando de "arquetipos", de la idea general que tenemos de cómo debe ser algo. De lo que nos viene a la cabeza al imaginar un informático o un mecánico, por ejemplo. Eso no quiere decir que no sigan exitiendo montones de aficionados a la mecánica o la programación que disfruten con pasión de su hobby (probablemente, incluso más que antes, en números absolutos).

Sin embargo, en cierto modo, y sintiéndolo por Pekka Himanen, la ética protestante parece haber acabado venciendo a la ética hacker.

Paseos por Venecia

Hace algún tiempo que JJ Merelo me regaló un ejemplar de su libro "Paseos por Venecia".

En la contraportada dice que "Si te lo encuentras alguna vez (a JJ), es mejor que no le digas 'Háblame de Venecia'", y entiendo perfectamente por qué: JJ está enamorado de Venecia.

Paseos por Venecia

"Paseos por Venecia" es una guía de viaje sincera, escrita a pie de calle, observando los detalles de cada fachada, buscando el fondo de cada calleja, deteniéndose a mirar cada rincón; se nota en cada página que está escrita por alguien que ama la ciudad y que la ha visitado a menudo.

Es el equivalente a ir acompañado por tu cuñado, ese que vive desde hace años allí y se conoce los mejores bares y todos los palazzos, y que está empeñado en contarte la historia de todos los puentes y las leyendas de todos los monumentos. Con la diferencia de que, en el caso de tu cuñado, no puedes levantar la vista del párrafo y dejar un marcapáginas.

Un aspecto curioso, que salta a la vista a todo lo largo de la guía, es que es un libro sobre Venecia escrito desde Granada. No me refiero en el sentido físico, sino en el discursivo: el libro continuamente busca los puntos de contacto entre las dos ciudades y, a menudo, cuando habla de Venecia dice "allí", y cuando dice "aquí" se refiere a Granada. No me parece mal, pero a mí me saca un poco de ese estado mental de estar allí, recorriendo las calles, que sostiene el conjunto del libro.

El que sea un libro escrito desde el amor a la cuidad no quita que también esté escrito desde el respeto a su identidad: Al contrario que muchos otros autores (quizás la mayoría), J.J Merelo habla de la Venecia que existe realmente, no de una Venecia idealizada ni de una excusa para proyectar los sentimientos y meditaciones del propio autor. Que no es algo que esté mal, sin duda, pero sería otro libro.

En este sentido, su estilo descriptivo le debe más a Marco Polo (lo que suena bastante lógico) que a la tradición romántica del Grand Tour que tanto contribuyó a crear la imagen popular de la ciudad.

La guía trata de poner en contexto cada elemento con su entorno y su historia aunque, eso sí, se trata de una suerte de historia diacrónica, en la que, en ocasiones, es difícil ubicar claramente a qué periodo se refiere cuando habla del pasado de la ciudad; de todos modos, como Venecia está siempre orbitando insistentemente en torno al atractor extraño del Renacimiento, la verdad es que no importa tanto.

A pesar del formato narrativo, que va describiendo la ciudad a medida que recorre sus calles, no es un libro de pequeño formato que sea fácil de llevar encima mientras visitas la ciudad (salvo en su versión electrónica, imagino); supongo que hay demasiada Venecia como para condensarla en una guía de bolsillo.

Este era el plan

Quizás el que haya que decir esto sea buena señal, porque significa que ya hemos empezado a olvidar lo peor.

Durante décadas, la banda terrorista ETA asesinó, secuestró y robó, bajo la pretendida justificación de luchar en favor de una independencia política frente a la ocupación de Euskadi por parte de un estado español invasor.

Fueron décadas de miedo y gritos, de sangre y lágrimas, de muertos y silencio.

Sin olvidar, naturalmente, todas las veces que el estado demostró ser un traidor a su propia legalidad, convirtiéndose en algo aún peor que lo que decía combatir; organizando, apoyando y justificando la "guerra sucia", los secuestros, las torturas, los asesinatos, los malos tratos, la impunidad y el resto de crímenes contra la democracia y sus propios ciudadanos. Porque olvidarlo sería cínico.

Durante esas décadas, una inmensa mayoría de la población soñaba con el día en que los terroristas abandonaran las armas y abrazaran las vías democráticas. Un día en que no hubiera miedo, sangre ni muertos; sino esperanza, urnas y candidatos.

Hasta que, por fin, hace doce años, ETA anunció el "cese definitivo de su actividad armada".

Así que, si hoy en día se presentan en una lista electoral "44 condenados por su relación con ETA", eso no es un motivo para lamentarse; es un motivo de celebración, porque significa que lo conseguimos.

Como país, nación, o cultura, como conjunto de naciones, o vecinos, o como lo que sea que queramos o decidamos definirnos colectivamente.

O, simplemente, como fracción de la humanidad. Lo conseguimos.

Conseguimos dejar atrás gritos, lágrimas y silencio; para dar la bienvenida a mítines, votos y debates.

Porque esto, precisamente esto, era lo que deseábamos.

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