Quizás el que haya que decir esto sea buena señal, porque significa que ya hemos empezado a olvidar lo peor.
Durante décadas, la banda terrorista ETA asesinó, secuestró y robó, bajo la pretendida justificación de luchar en favor de una independencia política frente a la ocupación de Euskadi por parte de un estado español invasor.
Fueron décadas de miedo y gritos, de sangre y lágrimas, de muertos y silencio.
Sin olvidar, naturalmente, todas las veces que el estado demostró ser un traidor a su propia legalidad, convirtiéndose en algo aún peor que lo que decía combatir; organizando, apoyando y justificando la "guerra sucia", los secuestros, las torturas, los asesinatos, los malos tratos, la impunidad y el resto de crímenes contra la democracia y sus propios ciudadanos. Porque olvidarlo sería cínico.
Durante esas décadas, una inmensa mayoría de la población soñaba con el día en que los terroristas abandonaran las armas y abrazaran las vías democráticas. Un día en que no hubiera miedo, sangre ni muertos; sino esperanza, urnas y candidatos.
Hasta que, por fin, hace doce años, ETA anunció el "cese definitivo de su actividad armada".
Así que, si hoy en día se presentan en una lista electoral "44 condenados por su relación con ETA", eso no es un motivo para lamentarse; es un motivo de celebración, porque significa que lo conseguimos.
Como país, nación, o cultura, como conjunto de naciones, o vecinos, o como lo que sea que queramos o decidamos definirnos colectivamente.
O, simplemente, como fracción de la humanidad. Lo conseguimos.
Conseguimos dejar atrás gritos, lágrimas y silencio; para dar la bienvenida a mítines, votos y debates.
Porque esto, precisamente esto, era lo que deseábamos.
El próximo lunes sacan a José Antonio Primo de Rivera de la basílica del Valle de los Caídos, y se lo llevan al cementerio donde está enterrada su familia.
Esteban González Pons, Vicesecretario general Institucional del Partido Popular, opina que es un acto electoralista del Partido Socialista Obrero Español, encaminado a obtener votos. En televisión, ha dicho:
"Franco fue exhumado en unas elecciones, José Antonio en otras y, para las próximas, no sé si les queda alguna exhumación que proceder."
Supongo que Esteban ha olvidado (o ha querido olvidar) que, con una cifra estimada de más de 4000 fosas comunes (unas 2600 identificadas), en España aún nos faltan decenas de miles de exhumaciones por hacer.
Cantar el Bella Ciao un lunes no es ni la mitad de efectivo que haber ido a votar el domingo.
Unas señoras en Mataró, al parecer todas musulmanas, piden al gobierno catalán que conceda becas comedor a sus hijos, para que puedan comer en el colegio.
Ante las cámaras de televisión, una de ellas argumenta que tiene que pedir comida a Cáritas, donde sólo hay "macarrones y esas cosas" y que no se puede criar a unos niños a base de eso.
No tengo ni idea de cómo funciona el tema de las becas comedor en los colegios catalanes, de cuantas hay o de cómo se asignan, ni de nada al respecto. Pero, de todos modos, parece una solicitud a todas luces tremendamente razonable, y argumentar que hay una situación de necesidad para ello es absolutamente lógico. De hecho, yo diría que en esas circunstancias es un deber moral solicitarlas y, a falta de conocer los detalles del caso, una obligación social concederlas.
Otro tema muy distinto son cuestiones sobre si sólo las becas de comedor son una ayuda suficiente o hace falta más; si los distintos estamentos gubernamentales deben implicarse más en la ayuda a los colectivos más desfavorecidos, especialmente los niños; o si es razonable que, en el siglo XXI, entidades privadas como Cáritas tengan que suplir las carencias de las instituciones estatales.
En cualquier caso, no parece que haya nada criticable.
Sin embargo, al poco tiempo, uno de esos medios políticamente incorrectos de internet, retuerce la información para crear el titular "Musulmanas de Mataró se quejan de la comida que le regala Cáritas: «Siempre nos dan macarrones»".
De forma deliberada y repugnante, convierten unas declaraciones absolutamente razonables en una ofensa, una exigencia impertinente, un insulto a la mano que, literalmente, les da de comer.
Inmediatamente, los propagandistas políticamente incorrectos de Twitter toman esa noticia, con ese titular, y la difunden por esa red social.
De forma algo sorprendente, la noticia que difunden va acompañada del vídeo original, donde cualquiera puede escuchar las auténticas declaraciones y ver (parte de) el contexto en el que se hacen.
Las respuestas a esos tuits van todas más o menos en el mismo sentido:
Esto es sólo una selección más o menos aleatoria, hay cientos de ellos en decenas de hilos y la palabra "Cáritas" es trendign topic por este tema. He omitido la referencia a los autores de cada una de las entradas de esta muestra porque no se trata de señalar a personas individuales, sino de dar una idea del contexto general.
Del mismo modo que me parece evidente que el titular en cuestión es una manipulación tan obvia como repugnante y que pretende generar odio en sus lectores de forma deliberada, no creo que todas estas personas estén mintiendo conscientemente o tratando de manipular a la gente en las redes sociales.
Creo que realmente sienten lo que dicen, que creen realmente esas cosas, que realmente se sienten ofendidas, que están cegadas por el odio.
Quiero decir que no creo que sea ignorancia, cerrazón, estulticia o incapacidad de comprender. Creo que es más profundo. Es ese odio que anula la propia capacidad de querer entender al otro. Ese odio que no ha aparecido espontáneamente ni porque sí, sino que hay quien se ha dedicado intensamente a propagarlo, que lo ha ido sembrando y alimentando y haciéndolo crecer.
Leo esos mensajes y veo odio. Odio puro, cristalino, esencial. Ese odio que corroe por dentro, que nos retuerce, que nos convierte en malas personas.
Y da miedo.
"[...] y ellos hicieron lustraciones, echando al mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de toros y de cabras en honor de Apolo."
La Iliada - Homero