Un anochecer, estaba el Maestro Programador recogido en silenciosa meditación, mientras bebÃa cerveza de arroz y contemplaba las aguas del lago Han-Tzu.
Entonces, un aprendiz, azorado y con la preocupación en el rotro, se llegó ante el Maestro Programador y dijo asÃ:
Mi Sabio Maestro. Estoy preocupado. He de trabajar para los CientÃficos en un programa de AstronomÃa que calculará las posiciones de los cuerpos celestes y las fases de la luna. Me han dado las fórmulas y los cálculos, y mi programa deberá aplicarlos para mostrar la armonÃa de los cielos.
A lo que el Mestro Programador respondió:
Joven Aprendiz: Ese es un hermoso trabajo. ¿Porqué habrÃa de causarte preocupación? No veo nada en ello que deba asustarte.
RespondÃo el aprendiz:
Noble y respetado Maestro Programador: Yo no conozco los planetas, ni las estrellas. Y las fases de la luna son un misterio a mi saber. Es eso lo que me Asusta.
El Mestro Programador sonrió paternalmente, guardó silencio unos segundos, y respondió a su aprendiz:
Mira, mi inteligente aunque algo ignorante aprendiz: Contempla cómo la tranquila superficie del lago refleja nÃtidamente la cristalina imagen de la luna. Observa cómo cada estrella en el cielo tiene una hermana idéntica titilando sobre las oscuras aguas.
¿Sabe acaso el lago que debe reflejar la luz de los cielos?
¿Posee el lago los secretos de los Astrónomos?
¿Conoce las órbitas de los planetas?
No, joven programador. El lago, junto con el cielo, es uno con el Tao.
No te preguntes qué está calculando tu programa. solo escrÃbelo de modo que lo haga de la forma perfecta y en completa armonÃa con el Tao, y el programa será el perfecto reflejo de los cielos.