Por el camino que lleva esto, harÃas bien en dejar de perder el tiempo en este blog e ir directamente al de Zifra.
Porque, si él se queja de ser poco original y yo le copio a él, lo mÃo ya debe ser de juzgado de guardia.
Pero ya he hablado alguna vez de mi trauma fundamental (pero no el único, que tengo más), que se puede resumir, como dice el Reno Renardo, en que:
Yo crecà en los ochenta y sobrevivÃ
haciendo la grulla de Karate Kid.
Pobre generación perdida...
...cuando pasas una temporada sin Internet:
Programar en un lenguaje que no dominas sin acceso a un simple Joutú es una labor de gnomos, aunque tengas un libro del tipo "Programar con XXX en N cómodas lecciones".
Los noticiarios de todas las cadenas de televisión emiten casi exactamente las mismas noticias con, salvo pequeños matices de inclinación polÃtica, casi las mismas palabras. Además, estas no suelen cambiar durante todo el dÃa. Por supuesto, no hay comentarios adicionales ni enlaces ampliando la información...
Entre Li y yo sumamos poco más de un millar de libros. Entre ellos no hay ni un simple diccionario. Y ni hablar de diccionarios de inglés o cualquier otro idioma.
Para ver un capÃtulo de una serie cualquiera en televisión, debes esperar a que sus programadores quieran emitirla. Lo mismo para las pelÃculas, ya sea en televisión o en el cine. ¡Y verlo a la hora que ellos quieran!
Nunca tienes un mapa de carreteras o un callejero a mano cuando lo necesitas.
¡Joder! ¡Cuanto spam puede llegar a acumular un blog!
La cerveza fresquita en terracita sigue siendo (incluso sin Internet) lo más cercano al paraÃso en la Tierra.
El primer dÃa, hermanos mÃos, estábamos juntos los cinco hijos de este relato que es a la vez nuestro padre, nuestro hogar y nuestra creación. Como suele ser habitual, también nos acompañaba la mayorÃa de nuestros hermanos sin voz, que necesitan de nosotros para poder hablar. Pero eso no iba a durar asà demasiado tiempo, porque un cruel ladrón, un asesino, actuarÃa en nuestro perjuicio durante los cinco dÃas siguientes.
Al amanecer el dÃa posterior nadie (ni vosotros, ni yo, ni los veintidós silenciosos) notó el rapto del primer hermano. Triste es decirlo, pero la desaparición de la primera voz (del primer sonido, digamos) nos pasó completamente desapercibida. El golpe innoble, artero y silencioso se realizó en el salón, ante los ojos de todos. Al principio estaba ahà y, de repente, habÃa desaparecido, ya no estaba entre los presentes y nadie vio como pasó. No es extraño, si él siempre habÃa sido bastante discreto, tan callado a veces (sobre todo, si estaba acompañado por otros de vosotros). Tras ese zarpazo inesperado, ese latrocinio asesino y traidor, el relato perdió la primera voz y (lo peor de todo) casi no lo notamos.
Pero en el tercer sol sà se notó entre nosotros, en el texto incompleto donde en este momento solo vivimos tres sonidos, el horrible silencio de los dos hijos perdidos de entre los presentes. Perdidos, sÃ, por el triste y horrendo robo de ese envilecido y misterioso enemigo desconocido. Y ese silencio nos hizo prever, escondidos, encogidos de miedo e indefensión (o, mejor dicho, de simple terror y desespero) en el rincón menos visible del dormitorio, el destino siniestro de los tres estremecidos presentes.
Otro sol y otro sibilino robo (y no lo vimos). Somos sólo dos los hijos con voz vivos, con los ojos rojizos y frÃos por no dormir y los rostros sombrÃos y rÃgidos por no vivir ni morir. Y no oÃmos otros sonidos sino los sordos gritos dichos con horror por nosotros mismos.
Y otro torvo y horroroso robo, y solo yo con voz. Y solo por hoy...
¿Y?
Es bueno, por un lado, desmitificar el novelesco cientÃfico que "se debe a la humanidad" y tonterÃas grandilocuentes similares. Pero la ciencia tampoco es una mala pelÃcula de conspiraciones.
Además, a veces tenemos ejemplos de de auténticos caballeros.
El primero de Julio de 1858 (Hoy hace 150 años) Charles Lyell y Joseph D. Hooker presentaron, ante la Linnean Society de Londres, dos trabajos de biologÃa.
Curiosamente, Ninguno de ellos era el autor de estos artÃculos.
Pero, vayamos poco a poco:
Aunque el viaje en el Beagle y, sobre todo, su trabajo posterior le habÃa convencido de la realidad de la evolución de las especies, Darwin necesitaba encontrar el mecanismo natural por el que esta ocurrÃa antes de convencerse.
En julio de 1937 Darwin comenzó a trabajar en una serie de cuadernos de notas sobre la "transmutación de las especies". En ellos, la que parece ser la primera anotación sobre ese mecanismo, la selección natural, está fechada el 28 de Septiembre de 1838 (Dos años después de su regreso a bordo del Beagle).
"Se podrÃa decir que existe una fuerza como de cienmil cuñas que intenta obligar a todo tipo de estructura capaz de adaptarse a entrar en los hecos que hay en la economÃa de la naturaleza, o más bién que esta forma por el procedimiento de sacar de un empujón a los más débiles. La causa y el fÃn de todos estos encajes de ser seleccionar una estructua adecuada y adaptarla al cambio"
Para 1844 Darwin habÃa escrito un pequeño ensayo (y habÃa dejado instrucciones a su esposa para publicarlo si morÃa), pero sabÃa que una idea como la suya no serÃa facilmente aceptada por los naturalistas de su época sin sólidas pruebas que la apoyasen, y pasó los siguientes diecisiete años investigando, buscando ejemplos tanto a favor como en contra, documentándose y experimentando.
Cualquiera de eche un vistazo al Origen de las Especies percibirá en Darwin lo que parece una obsesión desmedida por acumular ejemplos y aclarar hasta los menores detalles.
Durante ese tiempo, Darwin estaba preparando un monumental libro sobre la evolución de las especies, y sólo unos pocos de los cientÃficos más cercanos a él, como Hooker, Asa Gray o Lyell, sabÃan de ese libro y la teorÃa sobre la que trataba.
El tiempo pasaba, su libro crecÃa cada vez más y parecÃa que nunca lo terminarÃa. Incluso el propio Lyell, que no simpatizaba demasiado con la idea de evolución, conminó a Darwin a publicar aunque fuera un resumen antes de que alguien se le adelantase y perdiese la prioridad. Pero Darwin no le hizo caso.
En 1855 Alfred Russell Wallace (SÃ, es el mismo Wallace del que ya hablamos una vez por lo de la tierra plana) andaba de viaje cientÃfico por el Archipiélago Malayo, estudiando su geologÃa y biologÃa, y reuniendo muestras que mandaba a coleccionistas de Europa para costearse su investigación.
También enviaba trabajos cientÃficos para su publicación, y ese año publicó uno en "Annals and Magazine of Natural History", titulado "Sobre la ley que ha regulado la introducción de nuevas especies". En él Wallace afirmaba que "todas las especies han venido a existir coincidiendo tanto en el tiempo como en el espacio con una especie extrechamente relacionada preexistente".
Más tarde, Lyell conocerÃa ese artÃculo y recomendó a Darwin (que ya habÃa conocido brevemente al propio Wallace en 1854) que lo leyera. Este, tras hacerlo, escribió una carta al autor el 1 de mayo de 1857, donde le decÃa:
"[...] puedo ver claramente que hemos pensado de manera muy parecida y hasta cierto punto hemos llegado a conclusiones similares. Con respecto al artÃculo aparecido en Annals, coincido con la verdad de casi cada palabra de su artÃculo; [...]"
En otra carta posterior, el 22 de diciembre de ese mismo año, añadÃa algo más respecto al artÃculo:
"Sir C. Lyell y Mr. E. Blyth en Calcuta llamaron especialmente mi atención sobre él. Aunque coincidiendo con usted en sus conclusiones de ese artÃculo, creo que yo voy mucho más allá que usted; pero es un tema demasiado largo para entrar en mis ideas especulativas."
Si Darwin hubiese "entrado en sus ideas especulativas", o no hubiese mencionado el nombre de Lyell, la historia habrÃa sido muy distinta.
En febrero de 1858, Wallace seguÃa en la jungla, sufriendo unas fiebres que le obligaban a yacer en cama durante largos periodos. Durante uno de ellos, elaboró su propia teoria, sus propias "ideas especulativas".
Wallace no podÃa saber que la teorÃa de Darwin era igual que la suya. Además, era un gran admirador de Lyell y, al descubrir por esa carta que este se habÃa interesado por sus ideas, decidió escribirlas y enviarselas.
Pero, como él no conocÃa a Lyell, le envió ese trabajo a Darwin para que este, a su vez, se lo remitiera.
Cuando, el 18 de junio de 1858, Darwin recibió el artÃculo, titulado "Sobre la tendencia de las variedades a separarse del tipo original", quedó anonadado.
El trabajo de Wallace era breve, pero bueno. Muy bueno. Darwin no podÃa estar en desacuerdo en prácticamente ningún punto. Y no podÃa estar en descuerdo porque era, salvo por la brevedad, casi exactamente igual al suyo.
Después de años de trabajo, esfuerzo, experimentos, investigaciones y cientos de páginas escritas, recibÃa una carta desde el otro lado del planeta en la que un hombre le describÃa, con todo detalle, su propia teorÃa.
Inmediatamente remitió el trabajo a Lyell como le pedÃa Wallace, junto con una carta donde le decÃa:
"[...] Nunca vi una coincidencia más notable. Si Wallace tuviera el borrador que escribà en 1842, ¡No hubiera podido hacer un resumen mejor! Incluso los términos que utiliza son los que figuran ahora como TÃtulos de mis CapÃtulos. Por favor, devuelvame el manuscrito, que él no dice que desee que yo lo publique; pero, por supuesto, en seguida le escribiré y le ofreceré enviarlo a alguna Revista. Asà pues, toda mi originalidad, cualquiera que esta sea, va a quedar arruinada. Aunque mi Libro, suponiendo que vaya a tener algún valor, no se deteriorará; pues toda la labor consiste en la aplicación de la teorÃa.
Espero que apruebe el esbozo de Wallace y que yo pueda decirle lo que usted opina."
Darwin estaba desesperado. Si publicaba ahora su trabajo, parecerÃa que intentaba quitarle la prioridad a Wallace. Si callaba, habrÃa desperdiciado todos esos años.
Una semana más tarde, pedÃa consejo a Lyel y Hooker:
"Me alegrarÃa sobremanera publicar ahora un esbozo de mis opiniones generales en aproximadamente una docena de páginas más o menos. Pero no consigo persuadirme a mà mismo de que puedo hacerlo de forma honorable. [...] QuemarÃa todo mi libro antes de que él o cualquier otro pudiese pensar que me he comportado indignamente."
(El énfasis es de Darwin)
Por si todo esto fuera poco, el 28 de Junio Darwin perdió un hijo: Cuando la escarlatina se llevó al pequeño Charles Waring Darwin, la prioridad o el crédito ya no parecÃan temas tan importantes. Darwin dejó todo el asunto en manos de sus amigos.
Lyell Y Hooker, ante un problema delicado, concibieron una solución delicada: Darwin redactarÃa ese pequeño resumen de su teorÃa que se publicarÃa junto con el de Wallace, declarando que habÃan llegado a sus conclusiones independientemente.
A todo esto, cabe decir, Wallace estaba en una selva al otro lado del globo, y no se enteró de nada hasta mucho después. Aunque, cuando más tarde lo hizo, se mostró completametne de acuerdo (Decir que estuvo "encantado" serÃa más correcto).
De mdo que volvemos al principio: El primero de Julio de 1858 (Hoy hace 150 años) Charles Lyell y Joseph D. Hooker presentaron, ante la Linnean Society de Londres, dos trabajos de biologÃa firmados respectivamente por Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, ninguno de los cuales estaba presente.
En esos trabajos se exponÃa lo que luego se llamarÃa la "TeorÃa de la Evolución"
Curiosamente (A la luz de las reacciones posteriores), estos trabajos to tuvieron practicamente ningún eco. El propio presidente de la Linnean Society describirÃa el año 1858 como carente de "ninguno de esos notables descubrimientos que revolucionan".
No fué hasta el año siguiente, con la publicación del Origen de las Especies (una versión "resumida" en cuatrocientas páginas del trabajo que llevaba alargando Darwin durante todos esos años), que la biologÃa comenzó su revolución.
He usado las siguientes fuentes para escribir este post (Los errores, en cualquier caso, son sólo mÃos):
"Evolución. Génesis y revelaciones" - C. Leon Harris
"Evolución. La asombrosa historia de una teorÃa cientifica" - Edward J. Larson
"Cartas de Darwin (1852-1859)" - Charles Darwin
"AutobigrafÃa" - Charles Darwin