El primer dÃa, hermanos mÃos, estábamos juntos los cinco hijos de este relato que es a la vez nuestro padre, nuestro hogar y nuestra creación. Como suele ser habitual, también nos acompañaba la mayorÃa de nuestros hermanos sin voz, que necesitan de nosotros para poder hablar. Pero eso no iba a durar asà demasiado tiempo, porque un cruel ladrón, un asesino, actuarÃa en nuestro perjuicio durante los cinco dÃas siguientes.
Al amanecer el dÃa posterior nadie (ni vosotros, ni yo, ni los veintidós silenciosos) notó el rapto del primer hermano. Triste es decirlo, pero la desaparición de la primera voz (del primer sonido, digamos) nos pasó completamente desapercibida. El golpe innoble, artero y silencioso se realizó en el salón, ante los ojos de todos. Al principio estaba ahà y, de repente, habÃa desaparecido, ya no estaba entre los presentes y nadie vio como pasó. No es extraño, si él siempre habÃa sido bastante discreto, tan callado a veces (sobre todo, si estaba acompañado por otros de vosotros). Tras ese zarpazo inesperado, ese latrocinio asesino y traidor, el relato perdió la primera voz y (lo peor de todo) casi no lo notamos.
Pero en el tercer sol sà se notó entre nosotros, en el texto incompleto donde en este momento solo vivimos tres sonidos, el horrible silencio de los dos hijos perdidos de entre los presentes. Perdidos, sÃ, por el triste y horrendo robo de ese envilecido y misterioso enemigo desconocido. Y ese silencio nos hizo prever, escondidos, encogidos de miedo e indefensión (o, mejor dicho, de simple terror y desespero) en el rincón menos visible del dormitorio, el destino siniestro de los tres estremecidos presentes.
Otro sol y otro sibilino robo (y no lo vimos). Somos sólo dos los hijos con voz vivos, con los ojos rojizos y frÃos por no dormir y los rostros sombrÃos y rÃgidos por no vivir ni morir. Y no oÃmos otros sonidos sino los sordos gritos dichos con horror por nosotros mismos.
Y otro torvo y horroroso robo, y solo yo con voz. Y solo por hoy...
¿Y?